Transcripción de las intervenciones de Josep Lluis Sert en la charla coloquio celebrada en el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza, el 25 de mayo de 1973, en ocasión de la exposición homenaje a su vida y a su obra organizada por el Colegio de Arquitectos a iniciativa del arquitecto Raimon Torres

Hace unos años éramos un grupo de arquitectos jóvenes y uno de ellos, un compañero que ahora está aquí presente, Germán Rodríguez Arias, fue el primer explorador de Ibiza de aquel grupo. Germán fue el primero en venir aquí y se trajo a Barcelona una impresión de Ibiza tan atractiva que nos interesó a todos. Después vinieron otros, pero Germán fue el primer arquitecto español que se percató del interés de esta isla. Recuerdo que nos trajo unas fotografías de Ibiza. Eran pequeñas, no muy buenas, pero nos abrieron un nuevo horizonte a todos nosotros. En la revista AC, que era el portavoz de nuestro grupo, dedicamos varios números a la arquitectura popular; y un número especial a la arquitectura ibicenca, que podréis ver en esta exposición tan bien organizada por Raimon Torres. Su padre, Josep Torres Clavé, que fue un gran amigo mío y uno de los mayores entusiastas del GATCPAC, fue el más activo de todos nosotros a la hora de hacer esta revista; la revista vivió los años que pudo vivir gracias al esfuerzo personal de Josep Torres Clavé.
La arquitectura rural ibicenca fue un descubrimiento para nosotros. Trataré de explicarlo. Nosotros estábamos impresionados por la arquitectura moderna que se estaba haciendo entonces en Europa. La arquitectura moderna representaba, en los primeros años 30, un revulsivo a todo lo que hacía. Prescindía de los estilos históricos, empleaba los materiales que la nueva tecnología permitía usar (cemento armado, hierro, cristal, étc. ). Pero la revolución del movimiento moderno era más una revolución de esprit que una revolución tecnológica. Era una nueva forma de ver la arquitectura, de sentir el espacio; una forma pura más allá dé todos los añadidos que el tiempo y la historia habían ido depositando, formando y deformando. Esta arquitectura nueva aceptaba, entre otras cosas, tejados planos porque las nuevas tecnologías permitían ese tipo de cubiertas. Permitía grandes luces y grandes ventanas, aunque nosotros nos dimos cuenta de que eran elementos que no correspondían a nuestro clima mediterráneo. Así, al ver lo que se hacía en Europa y, por otra parte, al ver lo que se hacía en Ibiza, en las islas griegas y en la región mediterránea en general, vimos las afinidades entre ambas cosas y nos dimos cuenta de las enormes posibilidades que teníamos de desarrollar una arquitectura nueva que, al mismo tiempo, fuese mediterránea; y al decir mediterráneo quiero decir siglos de cultura y siglos de formas creadas en esta región. Esta arquitectura, simple, blanca, racional, tenía una dimensión y una escala humanas. Las casas se hacían obedeciendo a necesidades humanas y no respondiendo a órdenes arquitectónicos de otras épocas y de otras culturas. Vimos que esta arquitectura popular tan especial tenía unas constantes. No podíamos decir de qué siglo era tal o cual casa, porque ese dato se volvía irrelevante ya que apenas nada cambiaba en este tipo de arquitectura con el paso de los siglos. Se trataba de una perpetuación de formas avaladas por el uso. Se trataba de un mismo vocabulario cierto, humano, que responde a necesidades ciertas y humanas. Es una arquitectura que está hecha para servir al hombre y por arquitectos anónimos. No sabemos sus nombres. No sabemos quién ha construido esta maravillosa ciudad que ahora nos rodea. Ha sido una construcción espontánea que ha crecido como una planta.
Esta arquitectura era para nosotros algo nuevo, emocionante y joven. Nos entusiasma­mos con ella. Pero al mismo tiempo nos dimos cuenta de que había gente que queriendo hacer arquitectura popular, en lugar de recoger su esprit (sencillez, volumen, blancura, etc.) se limitaba a reproducir los detalles más banales que precisamente el tiempo iba cambiando. De este tipo de falsa arquitectura popular tenéis, desgraciadamente, no pocos ejemplos en Ibiza y en todas partes del mundo. Desde un principio nosotros fuimos muy intransigentes con estas interpretaciones postizas de lo popular. Eramos muy jóvenes entonces y no nos privábamos de nada: publicábamos unas fotos de esa falsa arquitectura popular en la revista AC y después las tachábamos con un lápiz rojo y decíamos esto es bueno y esto no. Pudimos equivocarnos pero parece que tal y como han ido las cosas teníamos razón. Lo que nosotros publicamos en los años 30 en AC resulta que ahora son ya los carteles turísticos que sirven para atraer viajeros a la isla.
Esta es una isla de unas características extraordinarias qué ahora ha sido redescubierta después de muchos años. La arquitectura es una de ellas. La arquitectura ibicenca consta de muy pocos elementos. Su virtud es su lenguaje preciso y los pocos elementos que utiliza para ello. Si añadís otros elementos ajenos a esta cultura (y que tal vez están muy bien, considerados por sí solos), esa arquitectura se estropea. Ese vocabulario tan limitado es precisamente la causa de qué esta arquitectura sea tan humana, tan viva, tan definidora de Ibiza. La que más se le parece es la arquitectura de las islas griegas, pero ya suele haber en ella algunas influencias orientales muy claras. Es decir: que la arquitectura ibicenca era una arquitectura de muy pocos elementos pero muy bien utilizados y de una forma, muy humana. Esa arquitectura, además, se extendía por todas partes. Las casas de campo se prolongan con muros de piedra seca que generalmente se coronan de blanco. Es como si la casa tuviera raíces, quilómetros y quilómetros de raíces de piedra que constituyen unos de los elementos básicos de la arquitectura del paisaje de la isla, porque no solo hay la arquitectura de la casa sino que también hay la arquitectura del paisaje. Y después estaba esta ciudad excepcional que, naturalmente, no podía extenderse porque tenía un recinto amurallado único que creó el fenómeno de esta ciudad compacta, blanca, sorprendente. Recuerdo que la primera vez que la vi, en el 32, la ciudad era un espectáculo sorprendente, superior incluso a lo que Germán nos había contado.
En mi opinión, en el caso de Ibiza se trata de conservar lo que tenemos (esa arquitectura rural, esa arquitectura del paisaje, esta ciudad), esa unidad y esa armonía que despide la isla, desde los muebles campesinos hasta el tamaño de las ventanas de sus casas, y que es lo que percibe el que llega a esta isla y sabe mirar. Sería una lástima que todo esto se perdiera. En este caso (y en todos, en realidad) el arquitecto tiene que ser cauteloso y antes de proyectar algo nuevo tiene que partir de un perfecto conocimiento de lo que puede estropear y tratar de evitarlo. Pero vamos a hablar también de lo que el elemento moderno que está transformando el mundo puede aportar a Ibiza; lo que puede traer en favor de sus constantes y en su contra. (…)
La urbanización de Punta Martinet no tiene nada de extraordinario. Está hecha con muy pocos elementos, algunos de los cuales no son del vocabulario arquitectónico ibicenco. Lo que sí me parece importante resaltar, al menos para los arquitectos, es que en esta urbanización hay una comunidad de medida. En todas estas viviendas hemos utilizado siempre un sistema de medición ideado por Le Corbusier llamado modulor y que se basa en la sección áurea. Se trata de un sistema para proporcionar las cosas, y es la repetición de elementos (ventanas, por ejemplo) lo que les da la escala humana, lo que humaniza esta arquitectura. Quizá llame también la atención el que aquí empleamos, además del blanco, el tono de la tierra. No se trata de una aventura ni de un capricho, pues habreis visto que en muchas casas de campo, aparte de la fachada principal y de las coronas de los muros y ventanas, el resto suele ser de piedra vista, del color de la tierra. Se trataba de armonizar la construcción con el paisaje, sin caer en tópicos fáciles. Lo único que hemos hecho en esta urbanización ha sido tratar de perpetuar un lenguaje, un sistema de formas que existían desde hace siglos, y adaptarlos a los usos y a las necesidades de los hombres de hoy. (…)
A todos nos sigue atrayendo Ibiza. Muchos hemos venido de fuera ganados por ese atractivo. El peligro actual de Ibiza es que esa armonía que la isla ha cultivado durante siglos se destruya por un mal uso de los medios modernos que están creando toda clase de cambios en las ciudades. Vivo en Estados Unidos desde hace 33 años y he podido ver las catástrofes que están ocurriendo en aquellas ciudades, en las que las condiciones de transtorno son óptimas porque hay allí mucho dinero, y el dinero sirve a veces para hacer tonterías. En cambio, una de las grandes cosas que tenía Ibiza era que en esta isla no había mucha gente que tuviera dinero y que pudiera permitirse el lujo de hacer tonterías. En un país tan grande y tan desarrollado como Estados Unidos el peligro es mayor. Como sabeis, las ciudades norteamericanas suben hacia arriba. Todos habeis visto los rascacielos de Nueva York. Se trata de construcciones que tienen grandes ventajas. Se trata de una utilización del hierro y del hormigón armado que permite una estructura más alta, junto a una tercera invención ­el ascensor- que la hace humana y vivible. Cuando yo hice las torres para estudiantes casados en la Universidad de Harvard, tuvimos que construir hacia arriba porque nos pidieron cierto número de apartamentos. No podía hacerse de otro modo. Pero al mismo tiempo, esas torres que parecen muy altas son mucho menores si las comparamos con los bloques de oficinas de Wall Street; poco más o menos po­dríamos decir que estas torres de Harvard están en la dimensión de los campanarios de las viejas iglesias medievales. Y digo esto porque es conveniente saber que las cosas por ellas mismas no tienen dimensión en arquitectura, sino que el tamaño es algo relativo, algo que depende del entorno, de lo que podríamos llamar medio ambiente.
Aunque lo lamentable -y que ya está ocurriendo en Estados Unidos- es que más que de estas construcciones exageradamente verticales el país se está llenando de suburbios inhumanos y monstruosos levantados en espacios residuales, enlazados por autopistas enormes. Entre Filadelfia y Chicago, por ejemplo, esas autopistas pueden tener razón de ser. Pero si un mal día a alguien se le ocurre hacer aquí una autopista entre el aeropuerto y Talamanca, pongamos por caso, ese día será la catástrofe. Esas autopistas tienen razón de ser allí. Tienen la escala americana. Pero no aquí. Sería un disparate; sería la destrucción de la isla.
No hay que copiar los absurdos de la vida moderna. En Estados Unidos ya está ocurriendo, por ejemplo, que al garaje del coche se le da un mayor espacio que a la mejor habitación de la casa, lo cual es un absurdo y una irracionalidad. En este caso, el transporte colectivo -un autobús equivale a 32 coches- es la solución que creemos más acertada y, en todo caso, hay que darle al automóvil el tratamiento que merece: el de una máquina al servicio del hombre. Claro que esto ya es más elemental sentido común que arquitectura propiamente dicha, pero la falta de sentido común está destruyendo el espacio, el medio ambiente, e impide hacer una arquitectura y un urbanismo correctos, al servicio del hombre.
Ibiza es una ciudad maravillosa pero que no ha sido creada para el automóvil. Es una ciudad hecha a escala humana en la que pueden hacerse muchas cosas: crear espacios verdes, plantar más árboles, sanearla, etc. Pero lo último que debemos permitir es que se abran grandes pistas, grandes vías, porque entonces destruiremos totalmente la ciudad. Y lo que digo de la ciudad es extensible a la isla. También sería deseable que pudiéramos tratar la isla como una región única, como una comarca, que es lo que es. Ya sé que siempre hay rayas y puntos que aparecen en los mapas y que son fronteras inexistentes, divisiones político-administrativas que no tienen ningún sentido desde el punto de vista espacial. Sería un acierto, sería un acto inteligente, conseguir que la isla toda fuese considerada como una entidad única.
Hace poco estuve en Túnez, y vi allí cosas que me parecieron muy inteligentes. Han puesto en marcha lo que en Francia llaman Auberges de la Jeunesse, que son paradores para gentes sin demasiados medios, y los han habilitado a partir de viejas construcciones, antiguas hosterías de mercado árabe. Me parece que este es un uso inteligente de lo viejo, pues damos un servicio nuevo y al mismo tiempo evitamos que se degrade lo viejo. Aquí en Ibiza sería lamentable transformar el Castillo en un Hilton
o algo parecido. Sería un desastre. Pero una hostería de tipo sencillo sí que creo que podría hacerse, sin cambiar la naturaleza del conjunto. Es sólo una posibilidad porque el Castillo es un espacio enorme en el que caben muchos usos alternativos. Lo importante es que se haga lo que se haga en él, la transformación no implique un cambio de la silueta de Ibiza. No por capricho, sino por que todos estamos contentos con esa silueta; entonces, ¿por qué cambiarla? (…)
Yo creo que las islas baleares están ahora en un momento muy peligroso. Creo que sólo hay una cosa que puede salvarlas: una depresión económica. Parece terrible, pero el día que esto deje de ser un negocio tan fuerte es posible que se recupere el sentido común y se adquiera conciencia de que los espacios no pueden violentarse porque se estropean. Es una barbaridad, como aquí ocurre, dedicar todo el espacio al desarrollo turístico. Es la manera de cargarse ese espacio. Es lo que hay en Miami Beach, que es horrible. El volumen de lo que se construye en Ibiza excede las posibi­lidades de la isla. Es un problema de medida. Hay un exceso de construcción, un exceso de carreteras anchas, un exceso de coches. Si esto sigue así, el final es la paralización. La catástrofe.
El tema de ahora es la destrucción sistemática y global del espacio, del paisaje. Se ha hecho más en ese sentido en estos últimos cien años que en toda la historia de la humanidad. La tendencia en la que estamos es el desbordamiento, la posibilidad de que alteremos el medio natural de modo irreversible. Todo cuanto se haga por evitarlo es poco, pero esa es una de las funciones del arquitecto y del urbanista de hoy: Ya sé que es muy difícil hacer algo fuera de las circunstancias de la época, pero hay que intentarlo si no queremos que nuestros pueblos y ciudades se conviertan en inhabitables. En Estados Unidos hay ahora un movimiento muy fuerte, con mucha gente joven detrás, en contra de esa degradación del medio ambiente. Allí, como el desarrollo ha sido rapidísimo, los errores se han sentido antes. que en otros sitios. Se han dado cuenta de que el aire de las ciudades se ha hecho irrespirable. Es un movimiento que empieza y es difícil decir cual será su envergadura, pero es todo un síntoma de lo que está ocurriendo. En todo caso, lo que no debe hacerse es esperar a que ese movimiento llegue aquí, porque a veces las cosas llegan demasiado tarde. Lo que hay que hacer aquí es tomar la iniciativa, movilizarse como grupo y proponer cosas que vayan contra ese proceso de evidente destrucción de la isla. Constituir un grupo de protesta que manifieste su opinen y que al menos evidencie que es consciente de lo que ocurre y no tendría que ocurrir. Sería un progreso considerable, porque ayudaría a mucha gente de buena voluntad a darse cuenta de cual es la situación.